Gracias a que estamos en el centenario del annus mirabilis de Einstein
-1905, el "año milagroso" en que, a los 26 y mientras era un oscuro empleado de
la Oficina de Patentes de Berna, publica en Annalen der Physik cuatro trabajos
que revolucionarían la física y cambiarían para siempre nuestras ideas sobre el
mundo- estamos asistiendo a un "festín" de artículos y conferencias sobre el ya
legendario genio alemán.
Pero lo que no siempre se recuerda es que este
año se cumple también otro aniversario: hace exactamente ocho décadas, Einstein
estuvo un mes dando conferencias en la Argentina.
En 1925 Buenos Aires
era una ciudad de intensa vida nocturna en pleno esplendor. Después de la
Primera Guerra Mundial habían llegado las famosas "francesitas", la ciudad se
había poblado de cabarets y pistas de baile donde imperaba el tango, aparecían
las primeras líneas de colectivos y el "mal de dientes" tenía a maltraer a los
porteños. LA NACION acababa de inaugurar una sección permanente sobre
radiotelefonía y radiofonía.
Sin embargo, cuentan Alejandro Gangui
(autor de El Big Bang: la génesis de nuestra cosmología actual, Buenos Aires,
Eudeba, 2005 y coordinador del ciclo de conferencias "El Universo de Einstein",
en el Centro Borges) y Eduardo L. Ortiz, en su diario Einstein la describió como
una "ciudad cómoda, pero aburrida. Gente cariñosa, ojos de gacela, con gracia,
pero estereotipados. Lujo, superficialidad".
Según el relato de Gangui y
Ortiz, que hacen una crónica detallada del periplo del científico en un
interesantísimo artículo que se publica en el número de mayo de Todo es
Historia, Einstein ya se había convertido para entonces en la primera
"superestrella de la ciencia". Basta pensar que una comitiva de científicos,
personalidades académicas y miembros de la colectividad judía local fue a
esperarlo a Montevideo para darle la bienvenida.
Gangui y Ortiz pasan
revista detalladamente a sus entrevistas y encuentros con intelectuales, a los
interminables banquetes y honores que se le confirieron, y a las ocho
conferencias -dictadas en francés- ante un público que lo veneraba como un
semidiós y a una masa de periodistas que lo abrumaba. (Una imagen familiar, ¿no
es cierto?)
Las fotos de la época lo muestran en la escalerilla del Cap
Polonio, el lujoso barco que lo trajo a estas costas, en los jardines de la
residencia de los Wasserman, donde se hospedó, en una visita a la biblioteca de
La Prensa, y en el Colegio Nacional de Buenos Aires, donde disertó. También
tomando sol de entre casa, en robe de chambre.
El 23 de abril dejó estas
tierras para siempre, "más muerto que vivo", según su diario. En sus notas
pronosticaba "un gran porvenir económico y cultural" para la Argentina...
Por Nora Bär
ciencia@lanacion.com.ar